Hubo una vez, siendo yo niña, en que, huyendo del dolor y la soledad, me refugié en mi interior. Fue una época muy fértil, rica y profunda en la que me ocupé de cuidar el jardín de mi alma y cultivar sus flores para extasiarme en contemplarlas y regalarme su fragancia.
Derroché una imaginación sin límites: igual echaba discursos a la manera de los políticos de la época que imitaba al hombre del tiempo dibujando isobaras y anticiclones en la pizarra. Igual pronosticaba el tiempo que hablaba de cine, me transformaba en misionera en lejanos países o hacía homilías que ni yo misma entendía. Igual me convertía en médico que en maestra o escritora de versos imposibles. Rara vez jugué con muñecas.
Poblaron mi mundo infantil infinidad de lecturas que me abrieron ventanas al mundo y, llegada una edad en que mi mente era capaz de asimilar otros puntos de vista, otros pensamientos, me sumergí en lecturas más profundas. De esa época data “El principito”, “Juan Salvador Gaviota”, “El lobo estepario”, “Demian” o “Sidharta”. Todos esos libros y algunos otros me marcaron profundamente y abonaron el camino para convertirme en la persona que soy.
Aunque inicialmente estaba previsto que yo estudiara Historia, por un suceso fortuito, acabé decidiéndome por hacer Psicología, creyendo en aquel entonces que era el arte de explorar el alma; y nada me motivaba más que conocerme en profundidad y llegar a entenderme. La casualidad hizo que mi deseo de exploración interior se convirtiera en un hecho y que, con el paso del tiempo, se convirtiera en mi gran pasión.
Pasión a la que he dedicado mi tiempo, mi energía, toda mi atención. Me he volcado de tal manera en ese proyecto que mi anhelo de realización personal se ha solapado con mi trayectoria profesional. Y es que no puedo entender a los demás sin entenderme a mí misma. No puedo llegar a nadie si no es desde mi centro ni sanar sus heridas si no he lavado y acariciado antes las mías. No puedo descifrar una mirada si no he leído antes en mis ojos y en mi corazón.
He trabajado en diversos ámbitos de la psicología. He recorrido muchas de sus avenidas para formarme y he transitado todos los caminos que la vida me ha puesto delante para seguir aprendiendo y forjarme a mí misma. El fruto maduro de todos mis conocimientos y experiencias es lo que quiero compartir contigo, si es que, algo de lo que aquí encuentras, resuena en el fondo de tu alma.
Siento una profunda gratitud hacia la Vida, que me ha sostenido siempre en la palma de su mano, unas veces proporcionándome fuentes de inspiración de las que he bebido para saciar mi sed de conocimiento, otras veces procurándome experiencias que desafiaban mis miedos y me retaban a vencer mis complejos. En todas las ocasiones, trayendo a mi vida personas clave que han contribuido a ampliar mi mirada, que me han permitido vislumbrar otros horizontes, acompañarme en mi búsqueda, compañeros de camino con los que he compartido alegrías y sinsabores, cielos grises y amaneceres diáfanos, éxitos y fracasos, certezas y dudas, cimas y ocasos.
Y pocas cosas quedan ya que contar. Tan sólo que, por fin, he comprendido que no se puede "vivir hacia dentro", de espaldas a la Vida, como hice en mi infancia, pero tampoco "hacia fuera", dándome la espalda. He aprendido que "vivir desde dentro" es esa vía intermedia que integra la plenitud interior con la autenticidad exterior, que sólo cuando eres leal con tu alma puedes serlo con la vida. He aprendido que cuidar el jardín de mi alma no significa cultivar sus flores para que adornen tan sólo mi almohada o perfumen estancias aún cerradas, sino cultivarlas, con esmero, para regalarlas, entregar al mundo lo mejor de sí mismas: su esencia, su belleza, su fragancia.
¡Gracias!
María Prieto Brizuela
"Sueña lo que te atrevas a soñar,
ve donde quieras ir,
sé lo que quieras ser... ¡Vive!"
Richard Bach (Juan Salvador Gaviota)