Antiguamente, el ser humano se veía como un todo interrelacionado , y la salud se entendía como un estado de equilibrio y armonía entre las diferentes partes que conformaban el todo.
De forma intuitiva, siempre se ha sospechado que existía una relación entre las emociones y la salud. Las personas han vinculado sus dolencias físicas a sucesos penosos de su vida. Hipócrates, Aristóteles y la experiencia profesional de muchos médicos avalaban este enfoque interactuante entre mente/emociones/cuerpo y reconocían el papel crucial que tenían las emociones como causantes de enfermedad, o como factores decisivos en la recuperación.
Todo esto cambia con la irrupción en la historia del pensamiento de Descartes y Newton, adoptándose, a partir de entonces, una visión mecanicista y fragmentaria del Universo que lleva a tratar el cuerpo y la mente como dos entidades separadas, sin ninguna interconexión entre sí. El cuerpo deja de verse como un organismo vivo para ser convertido en una máquina que hay que reparar cuando deja de funcionar correctamente. En cuanto a la enfermedad se trata el síntoma, sin importar los rasgos de personalidad, las actitudes mentales y emocionales de los pacientes.
Afortunadamente, se está abriendo paso un nuevo paradigma de la mano de la física cuántica, que reconoce la interconexión de todo lo creado y la interdependencia cuerpo/mente. Gracias a esta nueva visión de la ciencia, la mente ya no queda al margen y se están iniciando numerosas investigaciones que pretenden demostrar lo que siempre se ha sospechado: que nuestras emociones y pensamientos pueden explicar muchas dolencias y convertirse, a la vez, en fuerzas curativas.
Para lograr la armonización cuerpo/mente y reconciliar las diferentes partes de nuestro Ser, es recomendable interiorizar determinados conceptos, hacerlos nuestros, incorporarlos a nuestra práctica habitual, vivirlos, convertir el conocimiento en experiencia para que nos aporte plenitud y sabiduría.
Es por ello que he diseñado este DECÁLOGO EMOCIONAL, con la intención de invitarte a una reflexión que te ayude a profundizar en el conocimiento de tus emociones y a comprender el complejo universo emocional con el que nos ha dotado la naturaleza, con vistas a que puedas encauzar convenientemente tus emociones por la senda del bienestar.
"Conocimiento es aprender algo cada día. Sabiduría es desapegarte de algo cada día"
Proverbio Zen
Presta atención a lo que sientes en cada momento para que puedas ver con claridad quién eres en realidad, más allá de la confusión y el dolor. Sólo cuando estás presente, y sientes las emociones que colorean tu mundo te abres a la posibilidad de entenderlas y trabajar con esas energías de forma creativa para sanar tu sufrimiento.
Llegar a conocer realmente nuestras emociones constituye todo un desafío, pero también una motivación.
Las emociones que nos perturban consiguen su poder de nuestra falta de conocimiento. Por eso se hace imprescindible traer CONCIENCIA A LA EXPERIENCIA.
Hay emociones que nos sacan de nuestro centro. La práctica de la respiración consciente vuelve a conectarnos con la esencia de nosotros mismos, recuperando así la calma que el huracán de las emociones turbulentas nos había arrebatado. Es una técnica sencilla, pero muy útil: la respiración nos trae de vuelta a casa, al hogar donde habita nuestro verdadero Ser, nos reconecta con la Vida, nos zambulle de lleno en el aquí y en el ahora.
Cuando nos identificamos con las emociones y nos dejamos arrastrar por ellas, perdemos nuestro centro, nos sentimos zarandeados. En esos momentos, respira hondo, concéntrate en el aire, inspira siendo consciente del aliento de vida que te inunda y espira notando como se sueltan las tensiones y se diluyen tus temores. Liberada la energía que te mantenía atrapado, volverás a sentir la paz, recuperarás la calma.
Cuando estás plenamente presente y estás atento, puedes ver quién está tocando a las puertas de tu mente, puedes observar tus emociones en estado puro, sin filtros, etiquetas ni juicios y puedes tener una visión más clara de tus sensaciones y experiencias.
Tus emociones, en estado natural, no son sino energía pura y creativa que puedes aprender a usar y dirigir hábilmente.
Por eso, simplemente mira, observa con detenimiento, sin juzgar, no trates de rechazar la emoción que llega por dolorosa que sea. Oprime el botón de pausa para que tu mente no se dispare, siente la energía pero no reacciones. Y acepta lo que sientes, aunque no te guste.
Desde un punto de vista psicológico, las emociones cumplen una función adaptativa: son poderosos instrumentos de adaptación al entorno, garantizando la vida y perpetuando la especie. Forman parte de nuestro patrimonio genético para la supervivencia.
Desde un punto de vista más transpersonal, las emociones responden a un propósito: son avisos, mensajes de nuestro Ser interior, lucecitas en el salpicadero de la consciencia que nos informan de que algo no va bien, que nos indican que es necesario introducir cambios en nuestras percepciones o hábitos.
No dejes que la emociones desgarren tu vida. Aprende a convivir en armonía con ellas, escúchalas, aprécialas, respétalas y ellas, en correspondencia, colaborarán contigo.
Valoramos las emociones en positivas o negativas en función del bienestar o del malestar que nos generan. Pero en sí mismas, no son buenas ni malas. Todas son necesarias y útiles, nos permiten experimentar la Vida en toda su amplitud, cumplen un propósito definido: así, la tristeza , replegándonos en nosotros mismos, alejándonos del mundanal ruido, nos invita, en el silencio fértil de nuestro corazón, a procesar las pérdidas y elaborar el duelo. El miedo nos protege de lo desconocido y nos insta a actuar con valor pero con cautela; el enfado y la rabia nos desafían a realizar lo imposible, a seguir intentándolo tras cada caída o cada frustración.
En conclusión, todas las emociones son saludables, aunque sus efectos nos desagraden, cuando tienen un significado y son el germen de útiles lecciones.
Cualquier emoción implica varios niveles: se producen cambios en el organismo (respiración, pulso, liberación de sustancias...), en la postura corporal y expresión facial, y en la sensación personal e íntima que nos provoca.
Estos cambios, perceptibles o no, significan que estamos "viviendo en cuerpo y alma" nuestras emociones. Y esa energía, cuando no es saludable, hay que aprender a soltarla porque de no hacerlo dañará nuestro cuerpo.
La incapacidad para expresar adecuadamente nuestras emociones se relaciona con la aparición de enfermedades psicosomáticas.
Lo que el corazón calla, el cuerpo lo dice con síntomas.
Hay emociones que nos negamos a experimentar porque nos resultan dolorosas o inaceptables. Cuando eso ocurre, tendemos a rechazarlas, evitarlas, disfrazarlas en un intento de protegernos del dolor, pero lo que de verdad conseguimos es que su energía quede atrapada en el cuerpo físico produciendo bloqueos energéticos y dolencias físicas. Para evitar que afloren en la conciencia, los ahogamos en la sombra.
Los mecanismos de defensa actúan como tapaderas que enmascaran la verdadera naturaleza de nuestros sentimientos y, al anular la capacidad de sufrir, también anulan la capacidad de sentir, disfrutar y vivir.
Nuestra respuesta emocional no está provocada por las situaciones que vivimos sino por la interpretación que hacemos de las mismas. Aunque el desencadenante sea externo, la causa es interna, tiene que ver con lo que percibimos, con la memoria de experiencias pasadas, con la forma en que vemos el mundo.
El mismo acontecimiento no afecta de la misma manera a todas las personas y reaccionamos o nos comportamos, consciente o inconscientemente, en función de variables internas que tienen que ver con nuestros rasgos de personalidad, nuestro sistema de creencias, valores y prioridades , y de nuestra historia de aprendizaje.
La emoción está influida por la percepción pero ésta, a su vez, está teñida del color de la emoción. Lo que significa que nuestro estado anímico puede sesgar la interpretación que hacemos de los acontecimientos externos. Y es que pensamientos y emociones están interconectados entre sí y se retroalimentan.
Solemos atribuir la causa de lo que sentimos a lo que hacen o no hacen los demás ("menudo disgusto me han dado", "fulanito me pone de los nervios", "menganito me ha decepcionado"...), olvidando que las emociones son nuestra elección y nuestra responsabilidad. Los demás hacen cosas y nosotros decidimos si nos afectan o no. Es más cómodo delegar nuestro poder y nuestra libertad en manos ajenas, es más fácil echar la culpa a los demás de lo que nos pasa y cómo nos sentimos porque, así, podemos justificar nuestras reacciones.
Nos cuesta entender y asumir que las emociones son nuestra elección, que, consciente o inconscientemente, elegimos tomarnos la vida como un drama o como un desafío, comportarnos con miedo o con valentía, percibir amenazas u oportunidades, sentirnos o no ofendidos, angustiados o serenos.
La vida nos depara experiencias, los demás hacen cosas, y somos nosotros quienes decidimos qué hacer con ello.
Tus sentimientos te pertenecen; son tu elección, son tu responsabilidad.
Cuando somos conscientes de nuestros estados internos, de lo que sentimos, y lo reconocemos, lo aceptamos y no lo juzgamos, abrimos la puerta a esa comprensión tan necesaria que nos llevará a la verdadera liberación emocional.
Aceptar no significa resignarse a unas emociones que se han convertido en insanas, vivir las emociones no consiste en aferrarse a ellas. Una vez hemos descubierto su significado y escuchado el mensaje que nos traen, no podemos seguir cargándolas a la espalda, como un fardo que nos pesa en el alma. Hay que aprender a gestionarlas, liberar su energía, o transformarlas en energía renovada. Hay que aprender a soltar de tal manera que el dolor no se convierta en estéril sufrimiento, la tristeza en amargura, el miedo en pánico o la rabia en resentimiento.
Transmuta lo sucio y oscuro en luz y vida.